Las múltiples e interminables crisis entre Caracas y Bogotá desde que llegó Chávez al poder, tuvieron su inicio concreto en el año 2005 con el caso Granda. De ahí en adelante, quedaba claro para la opinión pública de ambas naciones que las FARC bajo el régimen de Chávez, ocupaban un espacio predominante, en la política exterior venezolana.
Con el correr del tiempo, sin que disminuyera la crispación, Chávez conservó estrechos contactos con el liderazgo de las FARC y para ello tuvo un enviado de confianza, en la persona del para aquél entonces diputado Nicolás Maduro. Las relaciones con los narcoterroristas colombianos siguieron su ritmo ascendente una vez que Maduro fue nombrado canciller. En ese sentido, hoy cuando Maduro ocupa la presidencia, y las FARC están en plenas negociaciones en La Habana con el gobierno de Juan Manuel Santos, por qué el ilegítimo presidente de Venezuela, no iba a intervenir y poner todo su peso sobre la mesa de convenios de manera de colocar al régimen colombiano en situación comprometida ante las cada vez más grandes exigencias políticas de las FARC.
Previo a las elecciones venezolanas, el pasado 6 de abril, el canciller de las FARC, Rodrigo Granda uno de los negociadores claves de la guerrilla en las conversaciones con el gobierno de Juan Manuel Santos en La Habana declaró que: “Es indudable que un triunfo, como se espera contundente de Nicolás Maduro, es una garantía para el respaldo al proceso de paz en Colombia, que es un proceso que favorece a todo el continente”
De tal manera que, la visita de Capriles a Bogotá, fue la excusa perfecta. Poco importó que Capriles hubiese sido recibido previamente, en su condición de candidato, por el presidente Santos en la Casa de Nariño.
Así, de forma programada se produjo la escalada. Al mejor estilo cubano, el primero en reaccionar fue el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, al señalar que el presidente Santos, al recibir a Capriles le puso «una bomba» a las buenas relaciones entre ambos países. Luego le tocó el turno al canciller Elías Jaua quien amenazó a Bogotá con “revisar” la participación de Venezuela en los diálogos de paz entre la FARC y Colombia. Mientras Maduro, guardó unas horas de silencio táctico, para luego declarar que: “El presidente Santos le metió una puñalada a Venezuela”.
La Junta en pleno, decide saltar sobre la ocasión para asediar al presidente Santos. Nótese que hasta el momento, tal y como ocurrió en las crisis precedentes, Caracas no ha ordenado la retirada del personal diplomático venezolano asignado en Colombia. Se evoca menos la repetida tesis de un inevitable conflicto bélico, sólo se hace énfasis, de manera reiterada en la amenaza, clara y directa de “revisar la participación de Venezuela como facilitador en ese acuerdo de paz»
Las opciones del lado colombiano son pocas. A pesar que ante la visita de Capriles se cuidaron, en exceso, todas las formas. Pedirle disculpas a Caracas, sobre algo que no hicieron, sobre un evento que no ocurrió, sería colocar en situación de ridículo a la cancillería colombiana.
Pero ese es el objetivo de la diplomacia perversa, humillar a los demócratas, una práctica común de la cancillería cubana y que Caracas ensaya con gran aplicación.
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