Maduro y la represión – Fernando Egaña

 Fernando Luis Egaña

La hegemonía apela a la represión para tratar de impedir que se desintegre el orden público. ¿Por qué? Por la gravísima crisis –crisis existencial, si las hay–que padece el país. Si en un tema venezolano existe un cuasi-consenso es que la situación presente es muy mala y las perspectivas son peores. En ello tienden a coincidir opositores y oficialistas. Claro, unos y otros alegan razones distintas, y parte de los segundos le echa la culpa a los primeros.

Pero la percepción sobre el agudo deterioro de la realidad económica, social y política de Venezuela, crece y se acuerpa en todas las regiones, sectores y estratos de la nación. En todos. No es una percepción «clasista», como algunos pretenden hacer ver, sino una de alcance «policlasista», para usar un término de vieja y conocida data en nuestro diccionario político-social.

Y es lógico que así sea porque es muy difícil de justificar el que Venezuela se abisme a una crisis de ribetes humanitarios con el barril de petróleo en 100 dólares. A Maduro la gobernabilidad venezolana le ha quedado muy grande, y tal consideración la están haciendo con mucha insistencia desde sus propias filas. La marea de la mega-crisis parece que se encrespa día a día, y la única respuesta visible del régimen es la represión política, la represión económica, la represión comunicacional y la represión violenta de las protestas ciudadanas.

A Maduro y su gabinete le inquieta sobremanera que la rebeldía de los estudiantes y de tantos sectores impulse, así mismo, la rebeldía masiva de específicos ámbitos sociales que tradicionalmente han sido identificados con su parcialidad política. La escasez, la carestía, la penuria y la explosión de violencia criminal están haciendo especialmente de las suyas en estos ambientes, y los efectos de todo ello tienen consecuencias terribles. Los saqueos en diversas regiones y ciudades principales, lo demuestran.

La convocatoria a una «conferencia de paz» por parte de Maduro, busca detener la ola de la protesta y atenuar el compromiso cívico al respecto. Los castristas son duchos en tramoyas, pero uno imagina que a estas alturas, los representantes de la plataforma opositora no están dispuestos a jugar el juego de los disimulos democráticos. Llevamos demasiado tiempo en eso y el país lejos de avanzar se ha desbarrancado. Además, los llamados al «diálogo» no pueden tener credibilidad alguna si se realizan a la par de intensificar todas las facetas de la represión.

«Obras son amores y no buenas razones», es decir que la represión tiene que cesar ya, los responsables de los asesinatos y las torturas tienen que ser evidenciados y procesados, los derechos y libertades tienen que ser efectivamente asegurados y, en suma, el régimen imperante debe dejar de ser una hegemonía despótica para adaptarse a los principios y normas de la Constitución. ¿Esto es viable? Sin presión popular, no.

Más aún, la reciente declaración de la Conferencia Episcopal Venezuela expresa claramente lo siguiente:» En nuestro país existen visiones plurales con grandes diferencias entre ellas. Ningún modelo social o político tiene el derecho a imponerse a los demás. La Constitución venezolana garantiza las condiciones de una sociedad pluralista en sus visiones». Acá está el meollo de la cuestión. Un sector político-militar sólo busca imponerse al conjunto nacional y, encima, con absoluto desprecio al pluralismo venezolano.

De allí que las protestas sean plenamente justas y legítimas. Si lo son ante los desmanes o excesos de los gobiernos democráticos, con más razón lo son ante una satrapía represiva, corrupta e inepta, que ha sumido a Venezuela en una crisis de naturaleza, repito, existencial. La represión de Maduro no sólo no le está ayudando a atemorizar a los venezolanos, sino que está poniendo de manifiesto, todavía más, el porqué esta nación necesita superar la hegemonía.

flegana@gmail.com

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Estudiantes: bujías de la protesta – Trino Márquez

Trino Márquez

A Fernando Gerbasi

 

Los jóvenes sintetizan el descontento existente en el país por el colapso global del régimen que surgió hace quince años. En el cementerio en que se ha convertido el país, ellos han puesto la mayoría de las víctimas. En los  jóvenes se concentra la mayor cantidad de muertes violentas, heridos por armas de fuego y armas blancas, secuestros exprés y matraqueos por parte de la policía. Se localiza la más alta tasa de desempleo, subempleo e informalidad, casi el doble del promedio nacional. A ellos se les ha bloqueado las posibilidades de contar con un empleo fijo y bien remunerado que les permitan independizarse de sus padres, poseer sus propios bienes y construir sus propias familias. A la juventud se le quitó la ciudad nocturna y se le arrebata el futuro, porque se le condena a la dependencia y a la pobreza. Se le empuja a marcharse de Venezuela y huir hacia otros destinos.

La juventud estudiantil no ve a las universidades como un mecanismo de ascenso social. Los títulos que expiden esos centros de enseñanza se han devaluado. ¿Qué hace un comunicador social si los medios impresos están siendo cerrados porque no hay papel para imprimirlos? ¿En dónde trabajará un ingeniero civil o mecánico, o un arquitecto, si la construcción se encuentra paralizada? ¿Dónde puede realizar un economista o un administrador estudios de factibilidad o de riesgo, si las empresas están cerrando o cuesta un mundo crear una nueva? ¿Qué pueden hacer los abogados con un Poder Judicial postrado ante Miraflores? ¿Para qué ingresar en la FAN si vas a convertirte en una pieza del socialismo?

Al igual que en Ucrania, donde imperaba un esquema autoritario pro ruso, a nuestros jóvenes les sobran motivos para protestar y luchar. El actual ciclo de  manifestaciones, que surgió en San Cristóbal con el fin de  denunciar y oponerse al clima de inseguridad que los afectaban, se transformó en un alegato contra un régimen incapaz, que persiste en mantener un modelo colectivista y estatista, causa esencial de la crisis más profunda de la que se tenga memoria en la época moderna.

Inducido por los sectores más radicales que lo rodean, Nicolás Maduro pensó, dentro del mejor estilo cubano, que las protestas tenían que ser respondidas con una represión feroz contra los manifestantes, encarcelamiento de líderes políticos como Leopoldo López y persecución de personas honorables como Fernando Gerbasi. Su ignorancia de la historia nacional y mundial le  impide comprender que el movimiento estudiantil se fortalece ante la represión y que los jóvenes no se asustan ni acobardan frente a la brutalidad de los cuerpos de seguridad, aunque de ellos formen parte las bandas de matones que integran los llamados por la neolengua oficialista, “colectivos”. Hasta van catorce muertos, y apenas han transcurrido dos semanas desde que las movilizaciones escalaron. Esta cifra se elevará si Maduro continúa cediendo a las presiones de los radicales que lo asedian, quienes le exigen aún mayor severidad y le impiden conversar con los líderes de las protestas para llegar a acuerdos con ellos.

Cuando las pasadas manifestaciones en Río de Janeiro, Sao Paulo y otras ciudades brasileñas, Dilma Rousseff comisionó a unos ministros para que establecieran  contacto con los estudiantes y jóvenes que protestaban, de modo que en equipo buscaran una salida a la crisis. Maduro tendría que asumir una conducta similar. Dentro de ese hipotético diálogo habría que tratar el desarme de los grupos paramilitares creados por el régimen, los cales actúan como el rostro oculto de la Guardia Nacional y de las policías. Realizan el trabajo sucio que esos cuerpos del Estado desean evitar y le facilitan la labor justificatoria al Gobierno. Para Maduro es más sencillo eludir sus responsabilidades frente a la comunidad internacional cuando los excesos los perpetran esas pandillas de facinerosos. En el país no habrá paz mientras persistan esas pandillas. Los otros temas se relacionan con la seguridad, el empleo, la calidad de la educación, los salarios, las facilidades para adquirir viviendas y vehículos. En síntesis: con la calidad de vida.

El destino de las protestas estudiantiles no puede preverse. Lo que sí es posible anticipar es los jóvenes representan la bujía de una nación que se niega a retornar a la barbarie. Si logran engarzar su descontento con el malestar existente en los otros sectores nacionales, la revuelta actual alcanzará niveles insospechados. Allí está Ucrania.

@trinomarquezc

La revolución de las premisas – Teódulo López Meléndez

 Teódulo López Meléndez 

Los estudiantes suelen ser la vanguardia, el catalizador de los procesos políticos que generalmente son llamados revolucionarios, pero ellos jamás han tenido el poder, en ninguna parte del mundo, de concluir en la implementación de un salto hacia adelante. Quizás la vieja expresión “estudiantes no tumban gobierno” sirva para ilustrar que se requiere el subsiguiente acompañamiento de las multitudes –unas en acción no en “mostración”- para que la revuelta trascienda lo esporádico o se convierta en no más que un efímero sacrificio donde la voluntad de los jóvenes paga un alto precio.

La situación venezolana conlleva más que todo a pensar en grupos de estudiantes organizados más que la aparición de un gran movimiento estudiantil, porque si él existiese uno de sus pasos claros hubiese sido convertir la universidad y exceder las peticiones tradicionales de libertad para los que fueron cayendo en las garras de los organismos represivos. Ha brotado, no obstante, y hay que admitirlo, una vanguardia estudiantil que ha tenido el efecto de politización creciente del cuerpo social, aún insuficiente para provocar transformaciones.

Uno de los últimos gestos del régimen dictatorial venezolano ha sido la del apelo a los “campesinos”, a un intento de ruralizar la situación conflictiva visto que las protestas son urbanas. Los “rurales” son presentados como los nuevos agentes productivos, no sabemos si con la intención oculta de tratar de convertirlos en una especie de nuevo frente de defensa del régimen paralelamente a los llamados “colectivos”, unos que ya aparentemente desecharon cualquier control sobre ellos. En cualquier caso, el intento ruralizador no es de pertenencia exclusiva del siglo XIX, pues los podemos encontrar hasta en algunos casos de Europa Central ante la inminencia de la caída del poder comunista.

La situación del régimen parece la de convivencia de micro-poderes dictatoriales, dado que no se requiere de información privilegiada para saber donde cada uno de ellos tiene su parcela de influencia, o donde la mezcla de intereses sirve de cemento a las obvias discrepancias. La tentación de lanzarse sobre el otro aún no ha aparecido, pues aún prevalece la necesidad de defensa de lo que es el valor superior, léase el poder, aunque en los acontecimientos del diario podamos encontrar acciones de ejercicio en solitario por parte de las facciones por ahora unificadas en la defensa del único interés común.

Las Fuerzas Armadas, por lo que les corresponde, aún no han tenido el desafío mayor, esto es, someter a inventario los pro y los contra, contabilizar los costos y beneficios y dejan a uno de sus componentes ejercer, en comandita con los civiles armados, la represión que aún les parece acomodada a parámetros admisibles, aunque a nosotros, la población civil, la brutalidad de disparar perdigones en la cara o insistir contra un muchacho caído nos parezcan flagrantes violaciones a los derechos humanos. Y digo a nosotros, porque muy pocos en el mundo han ido más allá de pedir diálogo recitando una especie de catecismo que tienen guardado para cuando quieren manifestarse sin que sus manifestaciones tengan efecto alguno. La gran decisión militar llega cuando el desbordamiento y la inestabilidad son tales que deben decidir entre la matanza, léase genocidio, o una especie de neutralidad sin que ella implique dejar de estar atentos a la toma directa del poder. Ahora lo ejercen por persona interpuesta pero los generales, porque a ellos nos referimos, siempre deben cuidarse de los cuadros medios, dado que suelen ser ellos los protagonistas a la hora de las decisiones verdaderamente con efectos tangibles. Por lo demás, una división de las Fuerzas Armadas es siempre el ingrediente determinante de una guerra civil.

La caída de una dictadura no trae paz y tranquilidad. Es simplemente una premisa para la posibilidad de cambios sustanciales. Una revolución política no es una revolución social, pues las primeras suelen tener como único objetivo la caída de un régimen, lo que hace dificultoso prever la segunda, dado que la caída de todo gobierno por medios revolucionarios abre la espita a las luchas por el poder entre las distintas facciones y a una consecuente inestabilidad con buenas probabilidades de ser tan violenta con el hecho concreto que la permitió.

La hipocresía internacional no tiene nada que ver con acciones honestas de defensa de la democracia, de los derechos humanos o del afecto por un pueblo sometido a vejaciones. Veamos cómo hemos asistido en los últimos días a la reiterada práctica de expulsar funcionarios diplomáticos o consulares norteamericanos, lo que produce decisión similar desde Washington, para que el inefable canciller venezolano hable de “retaliación”  en su siempre desconocimiento de los términos apropiados. Sin embargo, la posterior declaración del Secretario de Estado Kerry reiterando la voluntad de su país para proceder a la normalización de relaciones y lamentando “tengan ya demasiado tiempo deterioradas” es la muestra más fehaciente de la duplicidad, pues implican que en sus cálculos no está la caída inmediata del régimen venezolano y, en consecuencia, debe arreglarse con él. Por cierto, y de paso, un desmentido a la supuesta injerencia gringa en las últimas acciones protagonizadas por el duramente golpeado pueblo venezolano.

Las premisas suelen también ser revolucionarias. Como la economía.

tlopezmelendez@cantv.net

Univisión ataca de nuevo – Eduardo Mackenzie

   Eduardo Mackenzie

Vuelve y juega. El viernes pasado, Univisión anunció que había descubierto otro caso de “espionaje electrónico” en Colombia. Esta vez la víctima de las “intervenciones” o “hackeos” parece ser, nada menos, que el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos (1). Horas después, el diario El Colombiano, de Medellín y la revista Semana, de Bogotá, sin aportar ningún dato nuevo, relanzaron la noticia tal cual. Sin hacerse la menor pregunta sobre la legitimidad de esa información. Y una nueva bola de nievo comenzó a rodar.

Como en las recientes “revelaciones” que desembocaron en la destitución de la cúpula militar colombiana, el artículo de Univisión está firmado por Gerardo Reyes y Casto Ocando. La nueva incursión de esos dos periodistas, y la forma como lanzaron la supuesta noticia, plantea, una vez más, dos problemas fundamentales del periodismo: el de la ética y el de las fuentes de información.

Los citados periodistas dicen que unos correos electrónicos privados del presidente Santos fueron pinchados. Dan a entender que  esa información viene de una documentación que ellos habrían recibido antes y que utilizaron parcialmente para lanzar el escándalo que  terminó en la destitución –sin pruebas– de dos altos oficiales de la inteligencia militar y, después, de otros generales, entre ellos el General Leonardo Barrero, comandante general de las Fuerzas Militares. Agregan que las intercepciones a Santos hacen parte de “un asalto masivo [de] por lo menos dos años”.

El acto denunciado es, pues, un delito grave y continuado. Importa saber qué individuo o qué equipo hizo eso. Y cómo esa información fue a dar a manos de Univisión. La fuente criminal puede ser un espía extranjero, como puede ser un organismo subversivo local. Puede ser un equipo local bajo órdenes de un servicio extranjero. Puede ser un servicio de inteligencia oficial, etc. Todas las posibilidades están abiertas.

¿Es ético publicar una información que es el fruto de un acto ilegal? ¿Se puede recibir y explotar información que viene de un criminal sin revelar su naturaleza y su origen? ¿Se puede callar quien es el actor ilegal y cuáles son sus motivaciones?

Reyes y Ocando no dicen una sola palabra al respecto. Parece que ellos no se plantean siquiera esos problemas de ética periodística. Sin embargo, ese es el elemento central del asunto.

Reyes y Ocando no dicen si ellos obtuvieron de manera leal esa información. Ocultan la fuente y el sentido de esas pinchadas, creyendo que la esencial del periodismo es desligar el evento de su fuente. En realidad, es lo contrario. La regla de base del periodismo es que todo evento narrado debe ser atribuido a una fuente. Hay excepciones a esa regla, como veremos, pero la regla es esa.

Lanzar una noticia sin haber investigado y sin decir cuál es el origen de la misma, sin valorar la seriedad de la fuente, ni la autenticidad de lo que dice, ni la calidad de la “prueba”, y sin ofrecer un panorama completo de lo que dice haber “descubierto”, es sorprendente.

La regla general en periodismo (lo que hacen los diarios y las agencias de prensa serias) es que todo evento debe ser atribuido a una fuente. Eso permite al lector sopesar la credibilidad de esa información y eso protege al medio en caso de discusión o pleito.

Hay casos en que la fuente pide no ser mencionada. El periodista tratará de convencerla de hacerlo, salvo en caso de fuerza mayor. Si la fuente insiste en ser anónima el periodista debe decirlo, y decir por qué. El periodista debe  respetar el secreto profesional y no divulgar la fuente si ésta ha dado la información a título confidencial.

En caso de una información sin fuente el medio debe asumir la responsabilidad de esa información. Por eso la información sin fuente es la menos utilizada, pues es vista, con justa razón, como una información frágil o dudosa. No hay que olvidar que, como dice un excelente manual de estilo de la AFP,  “la información sin fuente es el primer paso hacia la desinformación”. La propaganda soviética era experta en ese tipo de trucos.

Si no se puede citar el nombre de la fuente, al menos se debe calificar la fuente, es decir indicar qué calidades tiene, de qué medio es, agregar un detalle que pueda indicar que la fuente existe realmente.

El método de algunos periodistas en los años 50 y 60 era salir del paso  diciendo que la suya era una “fuente segura”, o una “fuente digna de fe”, o “muy bien informada”. El manual de estilo de El País, de Madrid, lo prohíbe expresamente. Tales frases son excluidas hoy del trabajo periodístico. Pues muchos timos periodísticos se hicieron con ese método. Si la fuente exige (en casos muy excepcionales) que no se dé detalle alguno de ella, ni de su medio, ni de su posición,  el periodista debe citar esa exigencia y, sobre todo, debe obtener el respaldo de su jefe de redacción, o de sus colegas, quienes asumen la responsabilidad de la información difundida en esas condiciones.

La información sin fuente es aceptable únicamente cuando ésta relata o rinde cuenta de un hecho notorio o público: una manifestación, una sesión parlamentaria, un evento deportivo, etc.

Si la fuente de un hecho público es indirecta (otro medio, un testigo), hay que mencionar esa fuente.

Reyes y Ocando no respetaron ninguna de esas reglas básicas, que son  universales para el periodismo de hoy. Propusieron, en cambio, una información importante pero sin fuente y sin analizar la calidad de la fuente, sin medir qué intenciones hay detrás de la entrega de esa información por una fuente anónima. Aunque ignoran las reglas de la ética periodística ellos le exigen al lector, y al poder judicial, que crean sin más, que traguen entero. Ni siquiera acudieron a la fórmula obsoleta, como hemos visto, de “la fuente de alta fidelidad”. Hay que creerles porque  ellos lo dicen. Eso es ridículo. Esos estándares de Univisión son de los años veinte. Lanzar así una noticia y venderla como una “investigación”, es reducir la credibilidad que podía tener todavía Univisión.

¿Alguien ha visto al New York Times divulgar una “información” dada por una familia mafiosa de Chicago, callando toda referencia a ese origen, para hacer caer un juez en Washington?

¿Alguien ha visto a Le Monde divulgar una información que hace parte de la reserva de un sumario para precipitar la caída de alguien antes de que haya cosa juzgada?

¿Alguien ha visto a Reuters utilizar información que viene de un robo para favorecer  una u otra facción de la vida política británica?

¿Ha visto alguien a una televisión norteamericana divulgar informaciones relacionadas con  los intereses fundamentales de esa nación, o con la protección de sus fuerzas militares, sin ser objeto de una instrucción penal?

La Declaración de deberes de los periodistas franceses dice esto: es un deber: […]  “3. Publicar únicamente las informaciones cuyo origen es conocido o en el caso contrario acompañarlas de las reservas necesarias; no suprimir las informaciones esenciales y no alterar los textos y documentos.”

Una de las reglas del periodismo en Japón dice: (…) “3. Al tratar una información hay que ver si hay el riesgo de que ésta sea utilizada con fines de propaganda y por eso se debe adoptar una actitud de vigilancia especial al respecto.”

En vista de las anomalías que presenta la información propuesta por Reyes y Ocando surge esta pregunta ¿Por qué Univisión? ¿Por qué esas “revelaciones” no fueron suministradas por la fuente misteriosa a un medio más conocido, serio y exigente como CNN, o como una de las agencias internacionales de prensa como la AFP, Reuters, o AP?

Es obvio que la fuente secreta no busca sino a Univisión. ¿Por qué? La respuesta salta a la vista: porque ésta no es lo suficientemente exigente. La deontología periodística, como hemos visto, al menos en estos episodios de las supuestas “chuzadas” en Colombia, fue ignorada. Lo que difícilmente habrían hecho las agencias o los periódicos serios.

Ese estilo de trabajo de Univisión es inaceptable. Univisión es irresponsable al lanzar la cosa así. Pues ese tipo de “noticias” tuvieron y tienen efectos negativos sobre la seguridad nacional colombiana. Si esos periodistas tienen la prueba de esas grabaciones debe tener también claro quién es el interceptador, el hackeador. ¿Por qué callan todo al respecto? ¿A quién protegen?

Ellos emplearon esta vez la misma técnica de la “revelación” anterior: citaron unos correos interceptados, y dijeron que ellos, Reyes y Ocando, habían verificado “la autenticidad de los documentos”. Falso. Lo que hicieron fue verificar el contenido, no la autenticidad de esos textos. Le mostraron al presidente Santos uno o dos textos (que nadie ha visto) y éste dijo que los reconocía.

Pero esto es sólo la punta del iceberg. Lo importante es la credibilidad de la información. ¿Alguien agregó, mutiló o alteró esos textos? Eso depende de la fuente. Lo importante es saber quién, realmente, suministra esa información y por qué. Es saber quien está haciendo esas pinchadas, dónde y cómo y con ayuda de quien. Ahí es donde habría verdadera investigación periodística.

¿Qué hacer con una información robada? Los periodistas repudian la información robada, o tratan de confirmar esa información por medios legítimos antes de publicar. Un debate sobre eso existe, es cierto, pero no ha concluido. Estamos lejos de eso. Incluso la información robada por Julián Assange no fue publicada por tres conocidos diarios europeos sino después de que esa información fuera contrastada por los periodistas de esos diarios.

Reyes y Ocando fueron utilizados como correa de transmisión. El periodismo no es eso. El periodista no puede convertirse en vocero de su fuente, de su interlocutor, mucho menos si éste oculta su identidad. La información debe ser tratada, verificada, contrastada, controlada. Como hicieron los periodistas que destaparon el Watergate: las informaciones de “garganta profunda” eran verificadas y contrastadas antes de ser difundidas.

Al final de su artículo, Reyes y Ocando tratan de consolar al lector con un dato vago sobre el origen de esas pinchadas: dicen que, según un experto “de la policía colombiana”, hay tres posibilidades: 1. Una “fuga interna”; 2. Un “acceso externo” y 3. “a través de los destinatario” (sic). Es decir que todo es gris en ese paquete que ellos recibieron y aún así ellos pretenden hablar de información “autenticada”. Increíble.

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El dilema de Maduro – Luis DE LION

IMG_2425 Luis DE LION

Todo comenzó el pasado 4 de febrero, en San Cristóbal, luego que intentaron violar a una estudiante. La protesta no se hizo esperar e inmediatamente se contagió con lo que había en el ambiente, es decir, inseguridad, escasez, libertad de expresión.

Lentamente, el descontento llegó a Caracas, previo paso por Mérida y Valencia. El movimiento de protesta estudiantil critica frontalmente a Maduro y su política, principal causa de la altísima inflación, así como de la galopante escasez de los productos básicos. Tampoco se pueden adquirir muchos medicamentos. La prensa escrita no tiene más papel. Las ensambladoras de automóviles están igualmente en crisis.

Hay escasez de todo, menos de balas.

El nuevo liderazgo opositor, encabezado por Leopoldo López y María Corina Machado, con muy buen olfato se incorpora al movimiento de protestas y hacen fusión, organizando manifestaciones. La primera tuvo lugar el 12 de febrero, en la Plaza Venezuela. Al final de la jornada, el balance fue de tres muertos y unos 50 heridos. Inmediatamente el régimen convertía a Leopoldo López en el enemigo número 1 y seguidamente lanzó orden de captura contra el líder el partido Voluntad Popular. El 18 de febrero López decide entregarse, no sin antes convocar a un acto de masa en el que diera un discurso de los más coherentes y simbólicos de los que haya dado político de oposición alguno en los últimos diez años. El final de esa fotogénica jornada culminó en la cárcel de Ramo Verde para Leopoldo López y en Valencia la jornada terminaba con la muerte de la joven Génesis quien a sus 21 años recibía un impacto de bala en la cabeza.

El régimen no tardo en lanzar su propia campaña de manifestaciones el 13 de febrero. La Ministra Delcy Rodríguez, a través de twitter publicó, la orden del día, “luchar contra los fascistas” y así marcharon el 18 de febrero. Previamente la red social Twitter acusó al régimen de Venezuela de bloquear imágenes en dicha red social. La mayoría de las fotos mostraban lo que estaba ocurriendo en el país, algo que la televisión no hace, por temor a ser sancionada.

Paradójicamente a lo que más le teme el régimen de Maduro y el terreno en el que más apoyo tiene, no es otro que el de la escena internacional.

El anuncio del Ministro Jaua, el lunes 17 de febrero expulsando a tres diplomáticos estadounidenses, acusados de apoyar el movimiento estudiantil, provocó la condena por parte del presidente Obama de la violencia cometida en Venezuela contra los manifestantes y pidió la liberación de los detenidos.

La OEA, el CELAC, UNASUR y el Consejo de Seguridad de la ONU, apoyan abiertamente al régimen de Maduro. Ese apoyo le ha permitido, sacar del aire en Venezuela, la señal del canal colombiano de noticias por cable NTN24 y amenazar con la misma medicina a CNN en español.

Mientras el movimiento estudiantil no baja la guardia, a pesar de los muertos y heridos, la opinión internacional tiene la mirada puesta en Ucrania.

Muchos no se han percatado que la actual lucha estudiantil es la que corresponde al momento histórico que atraviesa el país. El movimiento estudiantil que hoy se expresa, enfrenta el artefacto ideológico que contiene en ciernes un totalitarismo de nuevo cuño.

El dilema del régimen de Maduro es, enviar a la cárcel o al cementerio, a quienes no admiten la propuesta de dictadura constitucional.

luisdelion@gmail.com

@LDeLion

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El Foro de Sao Paulo, la izquierda real y la nueva izquierda – Antonio Sánchez García

  Antonio Sánchez García

Muy pocos analistas políticos advirtieron en su momento fundacional – corría el año de 1990 –  las verdaderas intenciones del sindicalista Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores del Brasil al organizar, conjuntamente con Fidel Castro y el Partido Comunista de Cuba, el llamado Foro de Sao Paulo. El derrumbe de la Unión Soviética consumado tras la caída del Muro de Berlín había conducido a la precipitada e insólita presunción de que con la desaparición de la URSS y la hegemonía sin contrapesos de los Estados Unidos como única gran potencia en el escenario mundial cesarían como por arte de magia los conflictos entre las Naciones y, lo que rayaba en el absurdo, al desaparecer los conflictos desaparecía el motor de la historia. Lo que llevaría al analista Francis Fukuyama a declarar oficialmente el fin de la historia en un libro altamente polémico y best seller del mismo nombre.

¿Cuáles eran esos propósitos? Llenar el escatológico vacío dejado por la desaparición de la Unión Soviética como principal sostén material del comunismo mundial y del PCUS, su partido, como faro ideológico y político de los partidos afines en América Latina. Una operación de alto calibre, orientada a responder a la confundida feligresía de los partidos, centrales sindicales, movimientos de masa, organizaciones de la sociedad civil y movimientos armados procedentes de la izquierda marxista hasta entonces administrados por el eje La Habana Moscú y huérfanos de toda dirección estratégica. Agudizada dicha crisis por la derrota sufrida desde los años sesenta setenta por la política expansionista del régimen cubano y su control de los factores más radicalizados de la izquierda socialista latinoamericana.

La importancia de Lula da Silva y su equipo de asesores provenientes del trotskismo, radicaba en la comprensión de un fenómeno crucial impuesto por la brutal derrota de la vía armada: la necesidad de imponer una línea pacífica, constitucional y electoralista, aparentemente anti comunista e inmanente al sistema, flexible y adecuada a las características específicas de cada nación, de modo a apoderarse de los respectivos Estados desde dentro de sus instituciones y actuar en función del campo de maniobra que dejaran las crisis de los respectivos sistemas de dominación que preveían o habían decidido precipitar. Lula lo expresó sin ambages, al señalar en algunas entrevistas que aún siendo comunista, como su hermano, tenía perfectamente claro que como comunista sería inmediatamente rechazado por la sociedad brasileña: inventó al efecto el Partido de los Trabajadores. Y se travistió de demócrata impoluto, independiente y progresista. Distante del marxismo y héroe de la pobresía, de donde provenía. Adecuando todo su accionar interno a no ir en sus reivindicaciones populares ni un centímetro más allá de las coordenadas que le dictaban unas instituciones fuertemente asentadas tras la caída de la dictadura. Particularmente sus ejércitos y su potente empresariado.

Por lo menos en Brasil, pivote del Foro y desde antaño centro de ambiciones sub imperiales de su élite dominante, el PT no osaría reclamar en lo inmediato el control absoluto, unidimensional y tendencialmente totalitario del aparato de Estado. Otro sería el cantar para aquellas naciones del sub continente en las cuales el esfuerzo forista se encaminaría a subvertir las estructuras y avanzar hacia un socialismo de nuevo cuño: la revolución bolivariana.

La primera pieza del ajedrez regional a conquistar por el Foro de Sao Paulo sería Venezuela. Joya de la corona de las ambiciones de Fidel Castro debido a su posición geoestratégica privilegiada hacia el Caribe y los Estados Unidos, al mismo tiempo que corredor natural hacia la región andina y amazónica; dueña de recursos petroleros como para financiar la gran operación reconquista que planeara desde mucho antes del asalto al Poder en 1959 y en situación suficientemente crítica como para asestarle un golpe mortal a su sistema político y apoderársela en un audaz golpe de mano, como los que pusiera en práctica para apoderarse de Cuba con una docena de aventureros.

El golpe de Estado del 4 de Febrero de 1992 vino a colmar sus pantagruélicas apetencias de Poder imperial con los clásicos golpes de suerte que acompañan a los tiranos. Inconsciente del trasfondo filocastrista de su principal protagonista, comenzó por desautorizar el golpe considerándolo una boutade de los carapintadas, respaldando al socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, con el que fraguara cierta discreta relación tras décadas de antagonismos. Pero muy pronto se le revelarían las gigantescas perspectivas que se le abrían a él y al Foro si cooptaba al teniente coronel para su causa. Bastó un encuentro en La Habana, rápidamente concertada tras la puesta en libertad del golpista venezolano, para que no sólo lo cooptara, sino lo convirtiera en un hijo putativo, gracias a sus megalómanos trastornos sicopáticos manipulable hasta el delirio, irresponsable e irreflexivo y dispuesto a entregarle no sólo el petróleo venezolano, sino Venezuela entera. Con soberanía y todo. Incluso su vida, como en efecto. Nació el proyecto estratégico de lo que algunos analistas han dado en llamar Cubazuela. O Venecuba.

Poco importa que al llegar la hora de la fragua incluso constitucional de ese rocambolesco engendro fracasara sin remedio. La oposición venezolana a tan delirante proyecto de refundación nacional obligó a seguir transitando los caminos verdes del neofascismo forista. Utilizando a las decadentes élites políticas, artísticas e intelectuales del castrismo congénito al establecimiento venezolano habrá favorecido la defenestración de Carlos Andrés Pérez y, promoviendo el sistemático hundimiento del sistema político puntofijista, el fulgurante asalto al Poder de la cría más promisoria de su criadero.

No desperdiciaron un segundo los Castro y los líderes del Foro, Lula, jefe de la supuesta “nueva izquierda”,  a la cabeza de una izquierda real comprometida con la estrategia castrocomunista, en apoderarse del petróleo venezolano, en primer lugar, de las instituciones jurídico políticas, en segundo lugar, y de las fuerzas armadas venezolanas, en tercer lugar. Para montar una dictadura de nuevo cuño, travestida de democracia de nueva izquierda, para dar los zarpazos consiguientes, siguiendo el mismo esquema, convertido en estrategia de asalto al Poder continental: generar graves crisis de gobernabilidad, quebrar la estabilidad institucional, apoderarse de las palancas del poder mediante elecciones plebiscitarias, montar asambleas constituyentes y terminar por construir un sistema de poder continental que partiendo de la conquista del Poder en Venezuela, se expandió gracias al uso de sus gigantescos recursos petroleros a Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Brasil, Argentina  y Uruguay. Estando a un tris de conquistar México, Perú y Colombia. Llegando a controlar y desplazar a la OEA, en manos del socialista chileno José Miguel Insulza, principal organismo multinacional de la región desde 1947, para montar su propio parapeto de poder regional: Unasur y la CELAC.

Esta vasta operación de alta política geoestratégica desmiente en la forma más categórica la supuesta existencia de las dos izquierdas y las diferencias de fondo que se les pretende endosar: una democrática, lulista, progresista y democrática y otra dictatorial, represiva, conservadora, real y castrochavista. Es más, y ello reviste una gravedad absolutamente ignorada o menospreciada por los grandes poderes hemisféricos: esa realidad bifronte que es la izquierda latinoamericana en cualquiera de sus dos caras – cada una de ellas inherente a la otra y expuesta de frente según los requerimientos de la oportunidad y las circunstancias – hoy absolutamente dominante en la región ha logrado limar las asperezas, temores e inhibiciones de los partidos auténticamente democráticos – de centro o de derecha – que han permitido ser ideológicamente manipulados y desplazados del contexto regional y han aceptado de buen grado su convivencia sin hiatos ni contradicciones con regímenes tan abiertamente dictatoriales y antidemocráticos como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Frente a los cuales cualquier invocación a la Carta Democrática de la OEA, de UNASUR o de la CELAC es risible letra muerta.

Lo insólito y absurdo de esta operación geoestratégica es que expresa una de las situaciones más rocambolescas y bochornosas de la historia reciente de América Latina: mientras Cuba y Venezuela, convertida en una colonia de los Castro, se preparaban para enfrentar los gravísimos sucesos que hoy sacuden a Venezuela entera y bien podrían llevar a una escalada sin precedente de las tensiones prebélicas en un país latinoamericano, haciendo más brutal y más implacable la subordinación dictatorial del país petrolero por las fuerzas represivas cubanas que intervienen abiertamente en nuestro país, 32 presidentes latinoamericanos electos democráticamente en procesos comiciales justos, equitativos y transparentes, se abrazaban en La Habana con Raúl Castro y el hombre del gobierno cubano en Caracas, según titular a todo lo ancho de Fidel Castro, quien señalaba en el GRANMA sin el menor tapujo “Sin el petróleo venezolano la revolución fracasará. Maduro es nuestro hombre en Caracas…”.

El abrazo de Sebastián Piñera con Raúl Castro en ocasión de la Cumbre de presidentes de España, América Latina y el Caribe celebrado en Santiago de Chile tras 40 años del letal antagonismo que condujera a la peor tragedia vivida por el país austral en su historia, pareció borrar ese sórdido y paradigmático capítulo de enfrentamientos entre la tiranía cubana y la democracia chilena.  Selló un acuerdo de inmensas implicaciones:  Cuba parecía encaminada a reconciliarse con las democracias latinoamericanas. Sin embargo bastó un remezón de la oposición venezolana para que volviera a despertar el tiránico monstruo caribeño, más totalitario, más represivo y más brutal que nunca antes. Pero lo hace ante un continente controlado por la tiranía, obsecuente con todos los abusos totalitarios del régimen castrista, ciego, sordo y mudo ante los trágicos sucesos de Caracas. Salvo los ex presidentes Uribe, Arias y Toledo, el resto parece ignorar la dimensión de lo que está en juego. La apatía regional es tan desconcertante como lo fuera la europea ante el asalto de Hitler al Poder de Alemania.

No sólo no ha habido diferencia alguna en las reacciones de gobiernos abiertamente autocráticos, representante de la izquierda real, y los supuestamente democráticos de la nueva izquierda, desarmando las supuestas diferencias de fondo entre ambas caras de la misma moneda. Lo trágico es el silencio de aquellos en los que un sensato observador de nuestras penurias podría encontrar ideas de centro, de centro derecha o directamente de derecha.

Esta práctica catalepsia ideológica y política inducida desde el Foro de Sao Paulo encuentra trágicos ecos en una dirigencia inexperta, ignorante y fácil presa de patrañas y embaucamientos: los más importantes líderes de la oposición venezolana han escogido al trotskista Lula da Silva como ejemplo a seguir. Aún no se enteran de que es el verdugo que los lleva al cadalso.

@sangarccs

Un escándalo de doble fondo – Eduardo Mackenzie

   Eduardo Mackenzie

Mientras en Venezuela las mayorías están en la calle sufriendo la metralla del régimen de Maduro y luchando por el fin del sangriento y ruinoso experimento chavista, en Colombia estalla una serie de escándalos destinados a fragilizar la fuerza pública que defiende al país de la amenaza chavista.

Tras la salida en falso de la operación Andrómeda, que echó a tierra a dos altos y valiosos oficiales especializados en inteligencia militar, aunque la culpa de éstos no fue probada, tenemos ahora la sorpresiva destitución de la misma cúpula militar por motivos muy discutibles. Esos escándalos en ráfagas, además de sospechosos, son de doble fondo: un escándalo puede esconder otro. Hay un juego entre un escándalo explícito, provocado por una revista y por el jefe del Ejecutivo, y otro que algunos quieren hacer invisible.

Nadie puede creer que el presidente Santos destituyó al General Leonardo Barrero, comandante de las Fuerzas Militares, exitoso combatiente contra las Farc en el sur del país, por haber deslizado, en privado,  en 2012, una frase ridícula contra unos fiscales. Santos, empero, escogió ese pretexto para deshacerse de un alto mando. El mismo admitió que había destituido al General Barrero por una frase. Al hacer tal cosa, el jefe de Estado incurrió en abuso de poder.  Tal movida desnudó aún más a Santos. ¿Por qué él aceptó correr ese riesgo precisamente ahora?  ¿Para cerrar aún más las puertas de su propia reelección?

No se sanciona a nadie por una frase dicha a una persona y en privado. Desde luego, la frase en cuestión fue torpe y hasta coja, pero no era más que eso, una frase. El elemento de la publicidad faltó. Fue un desliz verbal desafortunado. El General Barrero hablaba con un oficial detenido que se quejaba de irregularidades cometidas contra él por la Fiscalía. Barrero no le dió una orden, ni una instrucción. Su frase no fue un acto de servicio. No fue un acto de insubordinación. Fue un comentario suelto, que él repudia y por el cual pidió excusas. Fue una frase como las hay por miles cada día en todos los niveles del Estado y del gobierno. En los pasillos de los ministerios, en los mails y en las conversaciones telefónicas.

La diferencia es que alguien escuchó ilegalmente esa frase, la disecó, la estudió y la envió a otro para que cayera un día (parece que en 2012) a la Comisión de Acusaciones del Congreso. Y la volvió a sacar ahora para que la revista Semana  la transformara en un espectro amenazante, en un crimen de Estado, en medio de una campaña electoral.

Esa revista aceptó, como otras veces, hacer parte de esa obscura intriga –quizás no está en posibilidad de decirle no a ese actor secreto–  y redactó de manera capciosa ese folletón. Aprovechando la inconmensurable fragilidad institucional del país, logró desatar así uno de los golpes más injustos de los últimos años contra los servicios de defensa de Colombia.

Es obvio que ese actor misterioso debe tener en remojo decenas de otras frases indiscretas de sus propios amigos. Y no espera sino que éstos se duerman en el cumplimiento de sus manipulaciones para obligarlos.

“Hagan una mafia para denunciar fiscales y toda esa huevonada” (sic). Como esa frase telegráfica, tan confusa como grosera, no había logrado tumbar al General Barrero en 2012, la revista redactó su libelo de otra manera: amalgamó  las conversaciones de Barrero con el amargado coronel Robinson González, detenido en un centro de reclusión militar, como si éstas hicieran parte de otro entramado: los delitos de contratación en el Ejército, a sabiendas de que a Barrero no se le reprocha nada en materia de contratación. En otras palabras: Semana quiso, con unos párrafos tendenciosos, ponerle la etiqueta de corrupto al General Barrero, para hacerlo caer. Barrero denunció esa manipulación de Semana en su comunicado del 16 de febrero.

Ese escándalo debió haber terminado con las excusas. Fue Santos quien lo redimensionó. ¿Por qué? Desde un ángulo humano,  la tal frase tiene, además, un cierto sentido. La frase alude, evoca, unos fiscales anónimos, es decir denuncia aquella capa de operadores judiciales que son la vergüenza y la pesadilla de la justicia colombiana. La frase iba contra ellos y no contra todos los fiscales, pues los hay muy honorables. Iba contra unos funcionarios que han derribado el debido proceso, que fabrican y escamotean pruebas, que compran testigos, sobre todo cuando el justiciable es un militar. Algunos de esos fiscales han salido por eso de la Fiscalía. Otros fueron a dar a la cárcel. Otros están en líos con la ley. Pero hay otros que siguen allí, incrustados y haciéndole el más grande daño al país.

Más allá de su aspecto primario, la frase criticable del General Barrero reflejaba algo muy cierto: que los militares de Colombia están llegando a un nivel inaudito de saturación y de cólera ante la pérdida del fuero militar, ante el maltrato que sufren a manos del Estado que ellos protegen y, sobre todo, ante la acción subversiva de ciertos fiscales, los principales promotores de lo que ellos ven, con razón, como una guerra judicial piloteada por el terrorismo, sin que el poder central haga nada contra eso. Y demuestra que los altos mandos desconfían del llamado “proceso de paz” en La Habana. Antier, el General Barrero los interpretó a todos cuando dijo que él esperaba  que el Ejército de Colombia no sea nunca “negociado ni en la mesa de La Habana ni en ninguna parte”.

El silencio del presidente Santos ante estas angustias de los militares y policías de Colombia es algo que lo hace indigno de ser reelegido. Esto ocurre cuando el control cubano de Venezuela tambalea. ¿Por qué Santos, en lugar de reforzar la fuerza pública, la única muralla de contención contra las Farc y el narco terrorismo, la hunde en semejante incertidumbre?

Que tal guisote haya sido preparado por Semana, la revista que defiende con ardor la línea del actual gobierno — hasta el punto de que muchos la ven como el órgano de expresión del presidente Santos–,  permite concluir que el ataque contra la estabilidad del alto mando militar vino del oficialismo más rancio. ¿Cómo pueden las Fuerzas Militares, en esas condiciones de inseguridad moral, psicológica e institucional, combatir  con éxito las bandas armadas del castro-chavismo y echar abajo sus operaciones de toma del poder? ¿Con semejante precedente cómo se sentirá la nueva cúpula militar designada por Santos?

Esta crisis confirma algo que ya sabíamos: que en La Habana Santos no está negociando nada. Lo que sale de Cuba es otra cosa: que las partes ya están realizando lo que presentan como reformas futuras “del postconflicto”. Santos está dirigiendo, desde ya, un reordenamiento capitulador del Estado. No es algo que él y las Farc harán más tarde. Lo están haciendo ya. Sin que nadie haya conocido esos pactos ni aprobado nada. Examine el lector los textos que han lanzado los “plenipotenciarios”. Leyéndolos desde ese ángulo aparece la coherencia de lo que está ocurriendo. Las “partes” se han comprometido a hacer ya mismo estas cosas, sin decirle nada al pueblo, burlándose de su credulidad y de sus inmensos anhelos de paz.

Ese temor penetra ya hasta los círculos santistas. John Marulanda, un perspicaz analista, saludaba ayer la brutal decisión de Santos. El cree ver en eso un acto de “limpieza necesaria que fortifica aún más a la institución”. Sin embargo, con cierto realismo tuvo que ir al fondo del asunto y concluyó: “Ojalá este sometimiento no sea excusa para un futuro desmantelamiento de nuestro Ejército Nacional. Algo que no se sabe si se está negociando en La Habana, Cuba”. El temor es evidente en esa frase, solo que esa concesión a las Farc ya comenzó.  Y la están implementando a golpes pero sin que nadie vea la maniobra. Para eso sirve la propaganda. Para eso sirve Semana.

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Los jóvenes y el futuro – Trino Márquez

Trino Márquez

Venezuela ha sido arrastrada a una de las peores crisis de su historia, debido a la obstinada aplicación de un modelo basado en la militarización, el centralismo, el fortalecimiento desmesurado del Estado y la reducción a su mínima expresión de la sociedad civil. Este esquema antinacional e inconstitucional ha conducido a que los jóvenes no vean la posibilidad de desarrollarse dentro del país, a que no puedan conseguir un empleo fijo y bien remunerado que les permita ser dueños de su propio porvenir. El desempleo en el sector juvenil duplica el promedio nacional. A la precariedad de su condición socioeconómica se une el grave problema de la inseguridad personal. Son la mayor parte de las víctimas de los delitos, que incluyen los secuestros exprés y los asesinatos.

La dramática situación en la que se encuentran los jóvenes los ha llevado a rebelarse frente al futuro miserable que les propone el régimen. Esa protesta  justa y legítima que hoy libra la juventud, símbolo de la resistencia nacional, ha sido respondida con insultos, descalificaciones y una represión brutal por parte del tándem cubano-venezolano que domina desde La Habana y Miraflores. El Gobierno, en vez de escuchar las demandas de la juventud y  propiciar el diálogo, sataniza a los estudiantes que rechazan sus políticas y denuncian  su indiferencia frente a los delitos que se cometen cotidianamente contra ellos. Sus derechos han sido vulnerados sin que ninguna institución del Estado, la Fiscalía o la Defensoría del Pueblo, se preocupe por protegerlos de los atropellos y la brutalidad oficial. El régimen actúa de forma monolítica ante los manifestantes, pero es débil con la delincuencia organizada y las bandas de criminales que se agrupan en los llamados “colectivos”, en realidad pandillas de facinerosos que agreden a mansalva e impunemente a los grupos que protestan.

Los medios de comunicación públicos no informan de los graves hechos que ocurren y a los medios privados se les amenaza y coarta la posibilidad de revelar la gravedad y magnitud de las violaciones que los rojos cometen. El derecho a la información veraz y oportuna establecido en la Constitución ha sido ignorado por el régimen. A igual que en Cuba y en todos los demás países donde se implantó el comunismo, el régimen tiende un velo sobre los acontecimientos y construye una “verdad” oficial, que en realidad representa una falsificación de los hechos objetivos.

Frente a la protesta legítima y generalizada de una juventud a la que se le está triturando su porvenir, la respuesta oficialista ha consistido en incrementar la espiral represiva mediante el asesinato de manifestantes, la detención arbitraria de jóvenes y líderes opositores  como Leopoldo López, y la persecución ilegal de personas honorables como Fernando Gerbasi, ex embajador venezolano en Brasil y Colombia.

La violencia ha sido el arma esgrimida por el oficialismo desde el 4 de febrero de 1992. De ella y de la exacerbación del resentimiento y el odio de clases, se ha nutrido durante más de veinte años. Hugo Chávez construyó sobre esa plataforma el sólido liderazgo mesiánico que tuvo. Al desaparecido comandante hay que reconocerle que así como era capaz de desatar la violencia desenfrenada, también podía administrarla y contenerla. Poseía una recia autoridad sobre las bandas armadas y los cuerpos de seguridad. Esto no es lo que ocurre con su sucesor, el débil Nicolás Maduro, quien trata de exhibir un poderío desmesurado y artificial, pero incapaz de llamar a capítulo a las facciones armadas por el oficialismo y a los órganos de seguridad del Estado. A Maduro sus enemigos internos le han hecho creer que dialogar y negociar con los factores que lo adversan, representa un signo de debilidad que no debe mostrar. Por este camino lo han metido en una espiral de violencia que ha puesto en serio riesgo la paz del país.

Los jóvenes venezolanos están reeditando, 46 años después, el Mayo Francés. Están viviendo su propia primavera, al igual que los estudiantes árabes a partir de 2010. La reconciliación nacional ahora pasa por los acuerdos con ese sector de la sociedad que ha acopiado suficiente  energía y coraje para hablar en nombre de ese país descontento, negado a entregarse en manos de los bárbaros.

@trinomarquezc

La Pax Sinica – Teódulo López Meléndez

 Teódulo López Meléndez 

Hay un hilo conductor, uno con nudos que llamaremos hitos de esta historia. Narrar la historia mientras acontece parece tarea de esos valientes a quienes llaman corresponsales de guerra. Cuando la guerra ha pasado suele prevalecer la visión del vencedor. A veces se asiste al testimonio para dejar al futuro elementos disponibles para un análisis póstumo.

Necios hay por todas partes, seguramente exclamó Tucídides para permitir Herodoto refrendara. La proclamación constante de que el régimen era una dictadura es un caso a mostrar. Autoritario, violador constante del Estado de Derecho, desintegrador de los términos clásicos de la separación de poderes, permitía resquicios, celebraba elecciones –las cuales analizar ahora es ejercicio vano dada su habilidad para envolver a los adversarios, ponérselas en el orden conveniente, cambiar circuitos electorales y usar abusivamente de los recursos del Estado- y lanzaba petardos contra medios impresos y radioeléctricos. Llegamos a hablar de “dictadura del siglo XXI”, de una adecuada a los tiempos que ya no necesitaba de llenar estadios de prisioneros, de recurrir a la tortura o de practicar una sistemática violación de los derechos humanos.

Los tiempos corren, los acontecimientos acontecen y suelen poner fecha y hora. Siempre hay un proceso detrás. Desde los apresurados que luchan entre sí para limpiar adversarios del camino al poder, desde la inmadurez y desde la impaciencia, desde la torpeza y desde el equívoco, pero esos episodios han sido narrados antes, en otros de estos textos que llamamos columnas de opinión. Podría argumentarse que la enumeración anterior sólo ha acelerado lo inevitable, que la conclusión hubiese sido la misma y que siempre es mejor sincerar antes de arrastrar. Concedemos a tales argumentos el beneficio de inventario, para utilizar una expresión jurídica en estos tiempos de la fuerza.

Lo cierto es lo cierto, obviando en este texto lo ya dicho. El 19 de febrero de 2014 la represión alcanzó su clímax, el amontonamiento se hizo barricada a toda legalidad, el desbordamiento tan patente y la furia desatada tan incontrolable, la acumulación de los hechos anteriores tan patética, que nuevamente un siglo escapó de vuelta atrás, el uso de expresiones con pretensión de definición sociológica novedosa un ejercicio entre escamoteo a la responsabilidad y/u omisión a la verdad. Huele a dictadura, se comporta como una dictadura, reprime como dictadura, encarcela como una dictadura, tortura como dictadura. Es una dictadura.

Aún conservará resquicios, aún intentará las apariencias, aún girará sobre la obsolescencias de unos adversarios apagados, aún alegará existe un Parlamento donde irán los domesticados por la Pax Romana a ejercer el derecho concedido por el imperio de conservar sus dirigentes y en ese “senado” bajo la bota del César reproducirán en carne propia las más claras definiciones dadas por Marco Aurelio en   “Pensamientos” o, quizás mejor, las invectivas de Epícteto.  Los gobernadores de olvidadas provincias alabarán la Pax Augusta  y dirán quienes luchan en las fronteras como los germanos y los partos son pueblos inconcebibles.

Recordaba estos días las conversas de los viejos luchadores sobre el primer deber de un combatiente, no caer preso, y sobre el segundo, si caes piensa las 24 horas en la fuga. Nadie puede sobrevaluarse hasta el extremo de creer el punto de inflexión su entrega. Mientras Augusto imponía la suya, China dominaba el Asia Oriental. Eran los tiempos de las dinastías, de otras que nada tienen que ver con las de hoy, con las del Partido Comunista Chino, aunque muchos piensen el siglo XXI verá de llegar de nuevo la Pax Sinica que no significa otra cosa que “paz china”.  Entre Pax y Pax floreció el comercio entre los grandes imperios de la época y lo que suponemos existía entonces, forzando o sin forzar la terminología, una izquierda caviar, celebró entre banquetes la genialidad de los conductores.  En los tiempos presentes de América Latina la izquierda es una bazofia y la derecha un escondrijo, pero dejemos, por ahora, en paz, la disquisición sobre la necesidad de insurgir con conceptos de este siglo, dado que el pueblo no termina de empoderarse y sólo es víctima.

Mientras, uno piensa en atrasos conceptuales, en como el ejército es el único que a lo largo de la historia ha puesto bajo control a la Guardia Nacional, en el derrumbe de los valores al ver bandas armadas haciendo de las suyas ante los ojos impertérritos de quienes deberían reducirlas, en el castigo histórico de que cada comienzo de siglo en este pantano de arenas movedizas la única palabra invocable es “decadencia” tal como lo hizo José Rafael Pocaterra y que como él es menester escribir un “Canto a Valencia”, sólo que ahora habría que titularlo “Génesis” para incluir en el primer libro del Antiguo Testamento a todos los caídos, pero también la seguridad de que el hombre venezolano será insuflado de vida.

tlopezmelendez@cantv.net

La revolución de Febrero – Antonio Sánchez García

  Antonio Sánchez García

Contra todos los pronósticos y sin pedirle permiso a nadie, como suelen acontecer las revoluciones, rompiendo puertas y derribando obstáculos, el 12 de febrero recién pasado estalló uno de los procesos sociopolíticos más fascinantes del recién estrenado siglo XXI. Y a pesar de encontrarse apenas en sus inicios, deja entrever que cumplirá a cabalidad con los fines que la historia suele depositar en ellas: empujar al basurero a las antiguallas de uno y otro signo que parapetan un sistema caduco, retrógrado, inútil, ruinoso dando vuelta la página  para instaurar un nuevo ciclo político en la convulsa realidad venezolana. Abrir las puertas y ventanas de la sociedad para ventearla de tanto polvo decimonónico y darle el impulso a un nuevo arranque. Pues está revolución parece haber llegado para quedarse. Y salvo que medien sucesos extraordinarios – retorcijones del desarbolado viejo sistema, incluso con sucesos cruentos, perversos y malvados – terminará por imponer sus propósitos. La historia no suele dar pasos en falso. Cuando da un paso, es porque no quedaba más remedio.

Tres expresiones de estos Idus de Febrero me parecen sintomáticos para darle las connotaciones de un cambio revolucionario: la juventud de sus líderes y protagonistas, su carácter nacional y el objetivo de alta política que los motivan: un cambio radical de la situación imperante. Sin contar con los medios de comunicación habituales que determinaran el curso de nuestra vida política  durante los últimos veinte años las nuevas generaciones han seguido el llamado a la calle de los dos líderes más prominentes de la circunstancia – Leopoldo López y María Corina Machado – respaldados por la sabia experiencia del mejor reservorio del recién reelecto alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma – despertando la indignación de un punto al otro del país. Que en vez de obedecer el llamado al diálogo entre cúpulas cerradas empeñado por el liderazgo tradicional han decidido poner en movimientos acciones de masa que no pueden tener otro fin que el desalojo del gobierno y el fin de su régimen.

Una diferencia abisal con la frustrada rebelión popular del 11 de abril de 2002, desarrollada exclusivamente en Caracas, prácticamente sin conducción política y carente de propósitos específicos. Más expresión germinal de una rebelión social que una revolución política. De allí que fuera fácilmente desalojada del escenario, para ser escamoteada por un falso golpe de Estado y la acción de figuras civiles y militares carentes de todo arraigo nacional. En 24 horas había muerto el intento más exitoso y democrático de la sociedad civil por ponerle fin a un régimen que lo utilizaría para sus propios fines, descabezando a las fuerzas armadas, apropiándose de PDVSA y manipulándolo a destajo para crear el espantajo que le daría legitimidad a un régimen que por ese mismo acto había perdido toda legitimidad. Fue el comienzo de esta grave crisis de excepción y la deriva totalitaria a la que los Idus de Febrero pretenden ponerle un atajo definitivo.

Esta revolución, que comenzara a gestarse tras años y años de desengaños frente a un liderazgo incapaz de responder adecuadamente a la inmensa gravedad de la crisis de excepción que hemos estado viviendo desde entonces, menospreciando la naturaleza totalitaria del sistema, considerándolo un simple “mal gobierno”, como sostuvieran muchos dirigentes políticos y mediáticos del pasado, o una “democracia imperfecta”, como ha dado en llamarla el último de los representantes del viejo liderazgo, Henrique Capriles, no parece ser ni ocasional, ni fácilmente desmontable o condenable mediante un gigantesco aparataje comunicacional, tal cual ocurriera con la extraordinaria rebelión popular del 11 de abril.

El cambio de las circunstancias se ha producido por la indetenible fuerza de las cosas. El régimen que entonces se estrenaba ha llegado ya a los 14 años de vida, un lapso apenas soportable por una sociedad habituada desde hace más de medio siglo a gobiernos democráticos de cinco años de duración, siempre religiosa y meticulosamente desmontados, siguiendo imposiciones constitucionales. Y dentro de un sistema de alternabilidad religiosamente respetado.

Han sido, y allí radica una de las más graves e insuperables trabas a la permanencia de este régimen, gobiernos estrictamente civiles y civilistas, así sus relaciones con la institución militar no se hayan caracterizado por la pulcritud, la obediencia vertical al mando civil y la autoridad plena de la comandancia política. Desde el golpe de Estado del 4 de febrero, un hecho que sorprendió a una sociedad que ni siquiera se imaginaba que el curso de lo que entonces se llamaba el hilo constitucional pudiera ser interrumpido de manera tan criminal y tan impune, la civilidad fue acorralada y prácticamente destituida de los controles del poder estatal y suplantada por camarillas militares. Que en estos catorce años han vuelto a la ominosa práctica del saqueo de los bienes públicos, los abusos de toda índole y la ausencia de instituciones contraloras. En rigor, una dictadura propia del siglo XIX, llevada a su máxima expresión en pleno siglo XXI. Una aberración anti histórica. Mantenida con vida gracias a los fastuosos ingresos petroleros que han llegado a su fin.

Y finalmente, ha fallecido el verdadero deus ex machina de esa extraña excrecencia: el caudillo, figura que era su propia legitimación y la legitimación del sistema mismo. Coincidiendo su muerte con el derrumbe del soporte económico de un régimen sustentado en la corrupción, la compra de conciencias y el estupro. Con lo cual ha quedado al descubierto la naturaleza farsesca, envilecida y envilecedora, del sistema. Si a todo ello, ya de suyo suficientemente explosivo como para reventar las bases del sistema, se le agrega la insólita incapacidad, ignorancia, mediocridad y carencia de principios morales de la tripulación a la que dejara encargada su barco a la deriva, la implosión sólo era cuestión de tiempo. Esa implosión parece estar llegando. Mucho antes de lo que muchos esperábamos. ¿Cuánto tardará en dar al traste con los despojos de esta sedicente revolución bolivariana del Siglo XXI y la vieja escenografía que le alfombrara su asalto al Poder?

La mayor dificultad y probablemente el mayor peligro que acecha al buen desenlace de esta revolución en curso – que puede replegarse y volver a la carga con sus flujos y reflujos, éxitos y fracasos, como todas las revoluciones y de cuyo decurso nadie puede anticipar ritmos, giros y desenlaces – radica en la profunda decadencia en que se encuentra el viejo liderazgo democrático y la carencia de una unidad verdadera que suelde la acción de las masas en movimiento. Habituado a nadar en las ya pestilentes aguas del estatismo clientelar – un rasgo que comunica a la llamada IV con la V Repúblicas – , del rentismo petrolero, a la concupiscencia con la corrupción y la injusticia del caudillaje partidista más vulgar. Al extremo de haberse ido habituando a gobernar sus feudos con los mismos rasgos autocráticos del sistema y, por lo mismo, a una cohabitación con el sistema que esta inédita revolución pretende derribar.  Un liderazgo insensible al sufrimiento de los menesterosos y soberbio ante la exigencia de abrir sus espacios al libre debate del pueblo militante.  Lo que explica su desgano, su desinterés y hasta su rechazo a incorporarse a este inédito proceso sociopolítico y distanciarse drásticamente del parlamentarismo y del electoralismo que lo ha marcado a sangre y fuego. Pretendiendo descalificar con vileza las supuestas “agendas ocultas” de su valiente liderazgo. Facilitando las pervertidas prácticas manipulativo electoralistas del régimen castrochavista que les permite su propia sobrevivencia. Y ello, por ahora, escudado en las supuestas buenas intenciones de evitar la violencia y no remover las aguas estancadas del oficialismo. Una patraña que ni ellos mismos se la creen.

Otra no menor, y que lastra desde hace décadas el comportamiento de nuestras clases dirigentes y la sociedad toda: el descuido ante los principios morales que deben regir nuestras conductas. La connivencia con los abusos del poderoso. El aprovechamiento de los cargos obtenidos gracias al control partidista para incrementar riquezas. La proliferación del crimen, que ha convertido a Venezuela en un matadero, se debe no sólo a las facilidades que le otorgara el régimen para sembrar el miedo, incluso el terror en los sectores más débiles de nuestra sociedad. Se debe a la pérdida sistemática del componente moral en la vida de nuestras familias. Sólo un pueblo fracturado en su conciencia moral pudo dejarse arrastrar por la apabullante inmoralidad reinante. Y correr al saqueo en cuanto el gobierno le abrió las compuertas de la ilegalidad. Que terminó por infestar hasta la médula a quienes, responsable por la custodia de nuestras fronteras y nuestra soberanía, permitieron el crimen más espantoso vivido por Venezuela en estos dos siglos de República: unas fuerzas armadas dispuestas a entregarse sin disparar una bala a un miserable gobierno extranjero y prohijar el peor crimen de los crímenes de lesa humanidad: el narcotráfico. Por no mencionar la entrega de nuestra soberanía.

El catálogo de dificultades y la dimensión de esta empresa de reconstrucción nacional que habremos de enfrentar dan pie a detenerse a considerar la gigantesca dimensión del desafío. A pesar de tal envergadura, nos llena de optimismo saber que dos jóvenes llenos de coraje, imaginación e ilusiones hayan decidido entregar sus vidas a la colosal tarea de encabezar la revolución democrática en curso. Y nos tranquiliza saber que un político con rango de  estadista se haya sumado desinteresadamente a acompañarlos en esta ruta llena de riesgos y peligros. Un pueblo entero, joven, puro, sin taras ni vicios inveterados ha decidido seguir la senda que ellos les han señalado. Y según todos los indicios, no se detendrá hasta ver cumplido su cometido. Poco importa el tiempo y los sacrificios que demande.

Es el cumplimiento del desafío de aquello que Pablo el Apóstol llamaba “el tiempo que urge”. El tiempo de usar la vida que nos queda con la avaricia del sediento para alcanzar la obra que nos redimirá ante la historia: volver a ser un pueblo de hombres justos.

@sangarccs