Ramírez, Giordani, Merentes – Fernando Egaña

 Fernando Luis Egaña

Ese parece ser el orden de importancia política de los principales jerarcas económicos del desgobierno rojo. Al menos por ahora…Y puede que el orden de esos factores no altere mucho el producto, porque llevan añales alternándose la primacía de la supuesta política económica bolivariana o bolivarista, nombre pomposo para lo que en verdad ha sido una incesante e implacable destrucción de la capacidad productiva y del potencial de la economía nacional.

Destrucción cuyo máximo responsable fue el señor Chávez, luego sucedido por el señor Maduro, tanto en el cargo como en la destrucción. O qué otra denominación se le puede dar al hecho de haber recibido y despachado el equivalente de 1.500 millardos de dólares en ingresos fiscales –gracias a la bonanza petrolera más caudalosa y prolongada de la historia, y que de eso no queden más de 8 millardos disponibles, y encima con una deuda externa multiplicada por 10 que ya sobrepasa los 200 millardos de dólares. Si eso no es destrucción, nada es destrucción…

Jorge Giordani es el más antiguo y el más dogmático del referido trío Se trata de una figura extraña por su fama de honestidad pecuniaria en medio de una jauría tan depredadora. La más de las veces luce como un burócrata de las épocas del Comecon, o la versión económica del Pacto de Varsovia entre la Unión Soviética y sus satélites de Europa oriental. Pronto cumplirá 15 largos en el gabinete, con algunos pocos interregnos.

Un récord cronológico, que fuera lo de menos, porque lo más resaltante es la dimensión del daño infligido en lo económico-social. Daño que se llega a considerar irreversible y no necesariamente por los alarmistas. Maduro lo llama «maestro» y seguramente que merece el título. También merece que sus ejecutorias sean estudiadas para que se pueda comprender cómo fue posible malbaratar una oportunidad económica de las dimensiones de la venezolana en el siglo XXI.

Rafael Ramírez pasa a la historia como el que acabó con Pdvsa. En vez de producir 5 ó 6 millones, como debería, produce la mitad de 5. Endeudada hasta la coronilla. Descapitalizada en lo humano, técnico y financiero. Otro milagro al revés en la sostenida bonanza. Más cosmopolita que Giordani y con resonancias muy diferentes en lo dinerario, tiene una cierta experiencia laboral en el sector privado y desde hace un semestre se le aprecia más abierto con el capitalismo petrolero internacional. Alega que el dólar paralelo es el enemigo número uno del país, pero siguiendo la estela de la lógica, entonces los responsables de que exista un dólar paralelo que cuesta casi 7 veces más que el oficial, deberían ser los enemigos principales. ¿O no?

Nelson Merentes se percibe como el menos sectario de los tres. Recién declaró que se necesita estimular la producción nacional, reducir las importaciones y producir más petróleo. Es decir, todo lo contrario de lo que ha venido consiguiendo la llamada “PEB”, o “política económica bolivariana”, por él representada durante más de una década. Y si bien es cierto que más vale tarde que nunca en materia de rectificaciones, también lo es que se trata más de retórica que de propósito de enmienda.

Ramírez, Giordani, Merentes, en ese orden o en otro, no pueden resolver la titánica crisis económica, porque ellos han sido y son sus ejecutores más notorios. Y ésta seguirá ahondándose mientras ellos y Maduro se aplaudan a sí mismos.

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Sin el cuento integrador – Fernando Egaña

 Fernando Luis Egaña

El oficialismo no haya cómo compensar el vacío comunicacional que dejó el hegemón de la hegemonía. Muchos tratan, empezando por Nicolás Maduro, pero no lo consiguen. Y mientras más se empeñen en exaltar el culto a la personalidad del predecesor, más notorio se hará ese vacío. Y más notorio será el resultado de la comparación entre éste y el sucesor. Y desde luego que no en favor de Maduro. Sobre todo para los que forman parte de esa parcialidad política.

Lo que los expertos llaman «la narrativa eficaz» o la explicación persuasiva de la realidad, ha perdido mucha fuerza o pegada en el ámbito de la comunicación roja. La razón es obvia, pero quizá no lo sean tanto sus efectos. El principal de ellos, la desorientación o confusión en la propia base político-social y por ende un relajamiento de la identificación y la erosión del respaldo popular. Eso se percibe en la calle y también lo documentan las investigaciones de opinión.

No es que ese evidente decaimiento sea una realidad de naturaleza exclusiva o básicamente comunicacional, pero esa cuestión pesa y pesa mucho. Y claro que pesaría menos si la situación general del país, en particular la económica y la social, no fuera tan agobiante. Por eso, la conjunción de crisis agravada con la desfiguración de la narrativa o el “cuento integrador”, produce consecuencias políticas que no pueden ignorarse. Y sin embargo, tanto el oficialismo como importantes sectores de la oposición así parecen hacerlo.

Las encuestas serias vienen registrando la crisis política que experimenta el régimen imperante, y la misma queda reflejada en las tendencias que expresan el desgaste y el aumento de la inculpación social por el desbarajuste venezolano. En ello importa la inflación, importa la escasez, importa la inseguridad, importan todas las variables de la realidad cotidiana, pero también importa la calidad del mensaje explicativo o más precisamente la disminución ostensible de su capacidad política.

Una de las armas más efectivas de la llamada «revolución bolivariana» ha sido su comunicación proselitista, protagonizada, desde luego, por el señor Chávez. Sin duda que sumamente habilidoso para proyectar impresiones favorables a sus intereses, y sin mucha consideración por los escrúpulos.

Y entre esas impresiones, la de una supuesta organicidad revolucionaria que siempre daba respuestas tajantes y también convincentes para los sectores más simpatizantes o partidarios. Pero todo eso va quedando efectivamente en el pasado, porque el culto presente es otra cosa, que quizá apalanca o sensibiliza pero que no sustituye la diestra explicación.

Eso que prefiero denominar el «cuento integrador». Tanto por cuento, o sea por embuste, embauque o simplemente por adorno acomodaticio, como por integrador, o sea por comprehensivo de diversas facetas en un mismo guión o discurso o narrativa. Y sin cuento integrador se desarticula la propaganda y se enreda la política. Justo lo que está pasando en el desgobierno rojo.

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La guerra feudal de la satrapía – Fernando Egaña

 Fernando Luis Egaña

La satrapía bolivarista está en guerra. Pero no en una guerra exógena en contra de algún imperio o potencia foránea. No. Tampoco en una guerra decisiva o final en contra de la oposición política nacional. La guerra de la satrapía es la más endógena de las guerras, porque es una guerra contra sí misma. Una guerra interna. Es la guerra de sus grupos de poder –o sus carteles de poder– para modificar o conservar el mapa feudal del dominio y de la corrupción que dejó Hugo Chávez.

En efecto. Un legado principal del predecesor fue ese mapa feudal en el que las distintas corrientes, logias, tribus y bandas tenían sus propios territorios de control y depredación en el ámbito estatal, político y económico. Un mapa de las parcelas concedidas, los privilegios consagrados, los organismos distribuidos y las corruptelas establecidas. El sucesor Maduro viene tratando de modificar el reparto en función de sus intereses y de sus beneficiarios, y los demás, es decir los otros jefes y jefas feudales, se resisten a ello. Por eso la guerra.

No es que Maduro quiera borrar ese mapa y restablecer al menos el esqueleto de un estado de derecho. Nada que ver. Lo que quiere es configurar su propio mapa. El mapa madurista que no es igual al mapa chavista. Al menos no en fronteras y jefaturas feudales, porque es muy parecido o hasta peor, en términos de voracidades y vandalismos. Diosdado Cabello y muchos más reaccionan con agresividad ante las pretensiones de Maduro y compañía, y de allí que la guerra pique y se extienda.

El mapa tiene variados feudos y variados dolientes. Militares unos, civiles otros. Chavistas antiguos unos, neo-maduristas otros. Cubanoides unos y otros menos o casi nada. Unos se anidan en Cadivi, otros en Pdvsa o Bandes o Fonden, algunos combinan. Unos controlan la banca pública, otros las importaciones públicas, otros las empresas públicas, otros los remanentes de los poderes públicos. Unos tienen más vínculos con la delincuencia organizada, otros menos, y algunos son la delincuencia organizada, punto.

Y todos representan la destrucción de la república, de la idea misma de república. Encarnan el avasallamiento de la satrapía. Y de una satrapía feudal. Por eso la guerra no es tajante y diáfana como una guerra entre contrarios, sino insidiosa y sórdida como una guerra entre cómplices. El objetivo del conflicto no es ideológico, ni tiene que ver con el socialismo, o con el nacionalismo, o con el anti-imperialismo, o con ningún «ismo» que no sea el continuismo del mapa de dominio y corrupción que dejó Chávez.

Y para colmo, la propaganda oficialista intenta encubrir la guerra feudal con el invento de otras guerras que serían impulsadas por opositores o adversarios: que si la “guerra económica”, que si la “guerra mediática”, que si la “guerra eléctrica”, que si la guerra tal o cual o de más allá. Pamplinas absurdas, porque el control hegemónico de la economía o de los medios o de cualquier área significativa de la vida venezolana, lo tiene la satrapía.

Esto es la satrapía feudal que está en guerra consigo misma, por lo que cualquier otra guerra que se presente es consecuencia directa de ésta. La guerra de los feudos, del poder rojo, de la corrupción roja. La verdadera guerra que destruye a Venezuela.

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Autogolpes y estallidos – Fernando Egaña

 Fernando Luis Egaña

Muy brumoso se encuentra el ambiente político-social del país. Muy brumoso. Desde la oposición política, Ramón Guillermo Aveledo alerta sobre la posibilidad de una salida de fuerza, es decir sobre la tentación de un auto-golpe. Y es que una ruptura violenta tendría que ser un auto-golpe. En la teoría y la práctica no podría de otra manera.

La razón es obvia: si los militares son los que dan golpes, y los militares son lo que están gobernando ahora, entonces un golpe tendría que ser un auto-golpe. Y bueno, en esa materia debe haber mucho material, porque la historia-oficial ha sacralizado el golpe de estado, vía la glorificación de los promovidos por el bolivarerismo-militarismo. Amén de que el desempeño del sucesor tiene a su parcialidad política con las manos en la cabeza.

Por otra parte, desde el poder establecido se habla cada vez más de explosiones sociales, de sacudones, de disturbios, de «candelitas» y de sus sucedáneos, y aunque lo hacen a modo de denuncia de supuestos planes conspirativos del imperio exógeno y la derecha endógena, el punto es que tienen el asunto de la explosión social en el centro de las entendederas y también de las angustias.

Las autoridades militares y policial-nacionales se notan agitadas por las expectativas en relación al orden público. A los gobernadores de oposición los están acusando de instigar desordenes sociales, y sin que nadie les pregunte, los ministros y generales se la pasan respondiendo que se encuentran debidamente preparados para enfrentar cualquier eventualidad de esa índole.

Esos nerviosismos alimentan los rumores, y los rumores alimentan las percepciones, y las percepciones alimentan los nerviosismos. Y la espiral también se expande con base a la dramática realidad cotidiana y al empeño hegemónico de controlar la información. Mientras tanto, Maduro viaja por el mundo echando cuentos y contrayendo deudas, y el país a la mala del diablo.

Y ese país, o gran parte de él, lo resiente. Ya no se convence del tan mentado futuro promisorio de la propaganda vieja y nueva de la «revolución». Al contrario, quiere que le rindan cuentas del porqué las cosas marchan tan al revés de las promesas. De las promesas de Chávez y de las recicladas de Maduro.

Uno que luce obsesionado con lo del estallido es Diosdado Cabello. Tanto o más que con Capriles. ¿Por algo será? En todo caso, el ambiente político-social está espesándose con cuestiones tan delicadas y peligrosas como los autogolpes y los estallidos. Y esas espesuras son malas para todo el mundo. Sin excepciones.

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Corrupción y polarización – Fernando Egaña

 Fernando Luis Egaña

Hay ironías que no tienen desperdicio. Desde hace años se viene criticando a la polarización política con el argumento de que le ha dado muchos dividendos políticos al régimen bolivarista. Lo cual es una verdad a medias, porque la polarización en los términos planteados por  el régimen imperante, sí suele ser favorable a éste. Pero otra cosa sería la polarización en unos términos o coordenadas que fueran desfavorables al oficialismo. Pero bueno, el tema de estas líneas no es el concepto de la polarización sino una de sus derivaciones.

O debería precisarse, una de sus excepciones. Y es que en materia de corrupción estatal –sobre todo en tiempos relativamente recientes–, la polarización política ha sido superada por el consenso, o para decirlo con los términos adecuados, la complicidad despolarizada. Tirios y troyanos, rojos y tricolores han dejado a un lado sus diferencias en lo político para confabularse en lo económico-delictivo. Así de simple.

En ese sentido  tenemos que diversos medios alternativos –que no tanto los más establecidos o tradicionales– vienen rindiendo cuenta de los onerosos y turbios negocios de los boli-yuppies o los boli-chicos, vale decir un grupo cada vez más nutrido de jóvenes profesionales de encumbrada posición social que se han dedicado a los negociados con lo más descompuesto de la frondosa burocracia bolivarista.

Negociados en Estados Unidos, en España y en los paraísos fiscales de medio mundo. Negociados depredadores del fisco venezolano. Algunos de estos personajes, pudieron muy bien marchar en contra de Chávez y sus ejecutorias, hasta no hace demasiado tiempo. Pero es obvio que de aquellas militancias se pasaron a otras… Militancias peligrosas, por cierto, porque las investigaciones fiscales y demandas penales no se han hecho esperar en los Estados Unidos y otros países, en los que la administración de justicia no es una caricatura del poder ni una caricatura de poder.

Curioso pues que en materia de corrupción no sean nada claras las fronteras de la polarización política. Al revés, porque en este dominio lo que parece privar es el consenso –complicidad– de hacerse billonario en un dos por tres, sin darle demasiada importancia a las circunstancias ni a los contextos. El billete verde se impone a cualquier tipo de preferencia política. De hecho, el billete verse se convierte en la preferencia política.

La danza de millones, repito, es en verdad de billones. Con Pdvsa, con los contrataciones eléctricas, con Cadivi, con cualquier organismo que pueda ser exprimido. Y todo con el entusiasmo de sus contrapartes del Estado rojo.  Algunos de los cuales ya se encuentran en el exterior con sus cuantiosas fortunas, y otros permaneces acá, dedicados a incrementarlas. Por todo ello, si algo deja un sabor amargo en las valoraciones del presente, es la corrupción despolarizada.

Entre otras razones, porque cuando se plantea el tema de la unidad nacional, de la reconciliación, del esfuerzo conjunto, no se está pensando que la corrupción sea el común denominador. Pero lo está siendo en sectores y ámbitos elitescos de los más diferentes colores políticos. Y ese no es el futuro que Venezuela merece.

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Los tiempos que vienen – Fernando Egaña

 Fernando Luis Egaña

Como si la pesada carga del presente no fuera suficiente para Venezuela y los venezolanos, en lo político, económico y social, ésta seguramente se hará más y más onerosa en los tiempos que se avecinan. Pareciera que todas las facturas acumuladas en estos años de delirio destructivo, se estuvieran cobrando de manera simultánea.

Y la gran víctima de la deuda sideral no es otra que el conjunto de los venezolanos, sometidos al despotismo de una satrapía cada vez más rapaz, más embustera y más entregada a su propia complacencia. En este sentido, la pérdida del hegemón no es la causa sino el catalizador del fenómeno, desde luego que Chávez fue el motor de la satrapía o el despotismo habilidoso.

Es obvio que Maduro no puede con la desastrosa situación del país, entre otras razones porque él forma parte del proyecto de dominación que viene depredando al Estado y malbaratando el potencial de la nación. Y ahora lo encabeza con un destino muy incierto y con las contradicciones propias de un régimen que está exhibiendo su decadencia de forma pública, notoria y comunicacional.

Y precisamente por ello es que se aferra al poder con más intensidad y también con menos escrúpulos. Y aunque tampoco los ha tenido mucho en el pasado, seguramente en el cercano futuro los escrúpulos tendrán todavía menos importancia.

Una evidencia de ello, por ejemplo, se encuentra en la mega-crisis eléctrica, una entre tantas. El mismo día que se disparó el nuevo apagón nacional, el ministro del ramo, Jesse Chacón, se hallaba en Cuba, quién sabe haciendo qué. De pronto hasta recibiendo un certificado del éxito de su plan de 100 días para el fortalecimiento del sistema eléctrico…

Y resulta que todo ese descalabro se debió a una supuesta «operación tic-tac» de una supuesta «oposición golpista», al decir del señor Maduro, cuya irresponsabilidad por negligencia gubernativa es sólo comparable a la de su estilo declarativo. Y se trata de un patrón que puede observarse en casi todas las dimensiones del desgobierno rojo.

El pretendido “órgano superior de la economía” o el llamado “noticiero de la verdad” o todo ese amasijo de declaraciones baratas y absurdas, intoxicadas de clichés comunistoides, sin un ápice de sustancia, son manifestaciones adicionales de la oscuridad venezolana.

Y así tenemos lo último o la «operación colapso total» que Obama y Kerry estarían no ya urdiendo sino aplicando para que el caos se apodere de Venezuela en octubre… Y la verdad sea dicha, Maduro y compañía son más que suficientes para que ello termine de suceder. Se agrava la precariedad con alcances de colapso y el régimen imperante se niega a reconocer la realidad. De allí que los tiempos que vienen sean tiempos más difíciles.

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Apagones y bancarrotas – Fernando Egaña

 Fernando Luis Egaña

A veces no se sabe que es peor, si el desastre de los apagones eléctricos –entre tantos otros, o la burla de las explicaciones oficiales al respecto. Y en verdad se trata de dos caras de la misma moneda, porque en estos casos los desastres y las burlas son inseparables. Sólo quienes han sido capaces de destruir tan intensamente a un país, Venezuela, son capaces de fabricar tan delirantes pretextos para manipular los hechos y las opiniones.

Se dispara un nuevo apagón nacional por causa del gravoso decaimiento del sistema de generación y distribución eléctrica, y el señor Maduro sale con el cuento de una supuesta «operación tic-tac» orquestada por una también supuesta «ultra-derecha golpista». Todo lo cual debe tener una credibilidad parecida al expediente del más reciente magnicidio frustrado, según el ministro Rodríguez Torres, o a las «denuncias» de José Vicente Rangel sobre la compra de los aviones de combate por parte de la oposición vernácula.

Los cien días del «plan de fortalecimiento eléctrico» proclamado por el ministro del ramo, Jesse Chacón, terminaron en un mega-apagón nacional que afectó severamente a 17 estados, repercutió en todos los demás, y en diversas regiones y áreas urbanas se prolongó por más de 10 horas y hasta más. Antecedido el mega-apagón por un prolijo inventario de apagones regionales y locales que se producen a diario en las más variadas coordenadas de la geografía nacional.

Y no hay derecho a ello, porque cuando el señor Chávez empezó su primer gobierno, en Venezuela había superávit de energía eléctrica, es decir se producía con normalidad toda la necesaria para el consumo interno, y sobraba para exportar a Colombia e iniciar la exportación a Brasil. Tres lustros después, la situación de deterioro del sistema nos coloca a niveles del cuarto o quinto mundo, y encima importamos electricidad. Ciertamente, no hay derecho.

Como tampoco lo hay para el continuo desprecio a los venezolanos por parte de los voceros del régimen imperante, mediante el burdo reciclaje de excusas y embustes para evadir las responsabilidades propias y en cambio atribuirlas a esos enemigos propagandísticos que siempre recomiendan los expertos del G-2 cubano y sus pupilos bolivaristas. Que si guerra económica, que si guerra petrolera, que si guerra tecnológica, que si guerra mediática, que si guerra eléctrica…

Y en vez de las fulanas guerras lo que sí hay son las muy concretas bancarrotas. Porque si una palabra encapsula la trágica realidad venezolana, esa es bancarrota. Bancarrota política, bancarrota productiva, bancarrota de la infraestructura, bancarrota general de un país petrolero cuyo barril de petróleo se cotiza por encima de los 100 dólares. Y así como los constantes apagones son una expresión cotidiana de esa bancarrota, los melindres seudo-justificativos de la jefatura también la evidencian.  Y Venezuela no merece seguir padeciendo apagones y bancarrotas.

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Las mismas excusas – Fernando Egaña

 Fernando Luis Egaña

Todo es tan predecible y tan falto de creatividad. El discurso del oficialismo luce petrificado en los mismos cuentos. Siempre inventando excusas –o mejor dicho, reciclándolas—para justificar los errores, los desmanes, las trampas, los crímenes. Nunca asumen la responsabilidad de lo negativo y no pierden ocasión para ganar indulgencia con escapulario ajeno, en aquello que pueda ser positivo.

Lo de Maduro declarando que su presunto magnicidio estaba sincronizado con un ataque a Siria, podría parecer de un surrealismo tan delirante como excepcional, si no estuviéramos ya acostumbrados a este tipo de culebrones. Tiene que ser sumamente dañoso para el conjunto del país, el que éste se acostumbre a semejantes truculencias y que las considere como parte de la “normalidad”.

En ese sentido, ahora vuelven con que la mega-explosión y la mega-tragedia de Amuay fue un acto de sabotaje. Desde hace una década, todas las refinerías del país sufren explosiones y accidentes variados a cada rato, y las mismas excusas se profieren una y otra vez: sabotaje del imperio o de la oposición apátrida que, en teoría goebbeliana, debe ser un solo o unificado enemigo.

Además, en esta situación de Amuay debe uno imaginarse que el tema del sabotaje no sólo tiene sus implicaciones políticas, sino que debe tenerlas económicas, por algún negociado con el seguro o el reaseguro o con ambos. Estos jeques petroleros de Pdvsa y su sistema satelital, no dan puntada sin el dedal típico de la mega-corrupción. Pero en fin, pura fachada para tratar de esconder la realidad.

Así, la mala praxis cubana se transmuta en envenenamiento de la CIA. O los continuos apagones no tienen que ver con la depredación del sistema eléctrico, sino con los cambios climáticos y la osadía de pájaros y reptiles. La explosión de violencia criminal es culpa de los paramilitares de Álvaro Uribe y la volcánica corrupción bolivarista es producto de los anti-valores del capitalismo infiltrado.

Los jerarcas incluidos en los listados internacionales de narcotráfico alegan que les cobran sus «lealtades insobornables» al fallecido jefe. Y los funcionarios encargados de controlar la administración de recursos públicos, los contralores, otorgan solvencias generales a los corruptos más documentadamente denunciados. Y todo, repito, con las mismas excusas de todos estos años de mengua.

No hay turismo y la excusa es la prensa amarillista que malpone al país. Faltan alimentos y remedios básicos y la excusa son los empresarios acaparadores. Ya casi no hay exportaciones no-petroleras y la excusa es que existe una conspiración internacional de inversionistas en contra de la revolución. En fin, no hay mal que no tenga su excusa a la mano, automática, típica, y mientras más absurda, acaso más difundida.

Y por si todo ello fuera poco, el ministro Rodríguez Torres insiste en el enésimo expediente del magnicidio. Curiosamente oportuno en medio de tanta desgracia económica, social y política. Cierto que este ministro no ostenta el  estilo bufo de uno de sus predecesores en el cargo, Pedro Carreño, pero en el fondo las excusas son las mismas.

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Habilitante o aplastante – Fernando Egaña

 Fernando Luis Egaña

La pretensión de “poderes habilitantes” por parte de Maduro ante la Asamblea tiene que colocarse en un contexto apropiado.  Debe estarse sintiendo más seguro en la “silla”, porque el pedir una “habilitante” estaba cantado aunque no se supiera el momento “oportuno”. Tardó 4 meses. Y ojo, el tema no es la estabilización “objetiva” o no, sino la percepción al respecto en Miraflores y La Habana.

En ese sentido, no es verdad que la “habilitante” sea una cortina de humo o un trapo rojo, como suelen alegar algunos voceros de la oposición ante cualquier ejecutoria oficialista. Es mucho peor, ya que significa que Maduro y compañía consideran que al haber cruzado el umbral de la estabilidad, ya pueden continuar o agravar los mismos desmanes de lo precedente, sin mayores preocupaciones.

Se supone que la ley habilitante debería ser sancionada por las tres quintas partes de los integrantes de la Asamblea Nacional. O sea por 99 diputados, siendo que la bancada gobiernera tiene 98. Y se especula quién podría ser el diputado 99, cuyo voto calificaría esa mayoría. Todo es posible en tan menguado escenario. Comenzando por esas súbitas conversiones que los venezolanos llamamos “saltos de talanquera”.

De aprobarse, por las malas o las peores, esta sería la quinta “habilitante” del régimen rojo y la cuarta bajo el imperio de la muy abusada Constitución de 1999. Y entendámonos: no se trata de meras facultades especiales sino de una omnímoda delegación legislativa.

Más de 200 decretos-leyes se han promulgado por esta vía expresa en estos largos años, y en la abrumadora mayoría de los casos la opinión pública se pudo enterar de su contenido y hasta de la existencia misma del decreto-ley, una vez publicado el texto en la Gaceta Oficial. Es decir de democracia participativa, nada de nada.

Y otra particularidad: todas y cada una de las referidas “habilitantes” para lo que en verdad sirvieron fue para reforzar los poderes presidenciales. En cada ocasión se promulgaron instrumentos destinados a agigantar la discrecionalidad o la arbitrariedad del señor Chávez. Y Maduro no sólo heredó esa armazón, sino que quiere volverla todavía más aparatosa.

Incluso la tercera y cuarta habilitante de Chávez también cumplieron el propósito de contrabandear las propuestas de reforma constitucional desaprobadas en el referendo de 2007. Como se puede apreciar, las habilitantes bolivaristas han funcionado como fachadas idóneas para la neo-dictadura, o para la dictadura disfrazada de democracia y legalismo.

La última ley habilitante, la de diciembre de 2010, se justificó con el pretexto de la emergencia social ocasionada por los aguaceros… Y ésta la andan justificando con la excusa de la lucha contra la corrupción. Una contradicción brutal porque la ubicua corrupción roja ha corrompido hasta el combate a la corrupción. Más todavía, la habilitante se sancionaría por causa de una compra-venta de voto parlamentario o una corruptela.

En fin, Maduro y los suyos tratarán de imponer la quinta habilitante a como de lugar. Y es que la intención no es habilitar sino aplastar. Continuar con el mismo avasallamiento. Imperar sin contrapesos efectivos. Con más razón que nunca hay que cerrar filas contra la habilitante. Perdón, contra la aplastante.

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¿Hacia dónde va la hegemonía? – Fernando Egaña

 Fernando Luis Egaña

Hay algunos que sostienen que el régimen imperante en Venezuela se está convirtiendo en un gobierno más o menos convencional, con las limitaciones y dificultades características de ese tipo de gobiernos para el ejercicio del poder. La razón principal que explicaría esa conversión sería la desaparición del hegemón de la hegemonía y la sucesión «pragmática» que encabeza Maduro.

No creo que se trate de una apreciación acertada. La hegemonía de Chávez, desde luego, no puede mantenerse intacta porque se quedó sin la pieza principal del engranaje. Pero eso no significa que haya comenzando una especie de transición hacia una gobernabilidad democrática o hacia un sistema de equilibrios, contrapesos efectivos y alternancia pluralista. Nada que ver.

La hegemonía roja se esta adaptando al nuevo contexto –al contexto sin Chávez, y lo está haciendo con cierta dosis de realismo en la dimensión económica, pero en lo que respecta a la dimensión política, lo que se viene observando es la repetición de la misma historia de los últimos años: despotismo habilidoso, subordinación de los poderes, avasallamiento político, hegemonía comunicacional, etcétera.

Con sus matices y novedades, pero en esencia no hay mayor diferencia. El despotismo se adorna con algunas tentativas de diálogo social, pero sin que se susciten cambios de fondo en el proceder de la llamada «revolución». Y así como no sería conveniente soslayar manifestaciones de apertura, así tampoco conviene confundir los espejismos con los oasis. En este sentido, una aspiración tan sentida y pertinente como la relativa a la libertad de los presos políticos y el retorno de los exiliados, sólo encuentra un continuado desprecio entre la jefatura roja.

El manejo descarado de la temática relativa a la corrupción también refuerza las mañas típicas de estos largos años de abajamiento. Ello sólo es posible en un régimen que concentra todos los poderes decisivos, aunque mantenga las apariencias de una formalidad democrática. Es decir, la neo-dictadura o la dictadura disfrazada de democracia.

Así mismo, la «decisión» del TSJ sobre las impugnaciones, los nuevos capítulos del basural parlamentario de Cabello-Carreño, la habilitante por las malas que ya se asoma, la andanada de ataques y acosos en contra de factores de la oposición y, desde luego, los melindres de CNE para favorecer al Psuv y entorpecer a los demás, no son signos de transformación sino de rancio continuismo.

Y de un continuismo aún más corrupto y ruinoso, si es que ello fuera posible. Algo parecido a la decadencia del nica Ortega en estos años de sartrapía familiosa. El deceso de Chávez, ciertamente, implica un desafío existencial para la hegemonía oficialista. Y todavía no se puede saber si tendrá la capacidad de sobrevivir. Pero lo que no luce factible es que la hegemonía decida transmutarse en un gobierno democrático más o menos convencional.

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